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Cara de bobo

Al hombre le falta la medida de las cosas, tanto el mito como la ciencia, igual la leyenda que el discurso: perecerá estupefacto, como un bobo, rodeado de una vida que ya le parece como de otro planeta. El hombre es un marciano que muere de respirar una pequeña bocanada del agitado aire de su tierra: fallece de un ataque de sorpresa, con los ojos abiertos como platos que ven un volcán en llamas pero ignoran que es su propio país en vivo y en directo, y tarda varios años en darse cuenta de su fallecimiento y, sobre todo, de haber vivido todos los días en las nubes, con la sangre subida a la cabeza, la cabeza caliente y el corazón frío como el único volcán muerto, extinguido, del planeta,  en el que fuera el falso señor de la naturaleza a la que una vez perteneció -aunque aún no era el hombre-  como una cosa más entre las cosas y el inadvertido esclavo de su figura de barro de otro mundo, cocido en su sueño de soberanía y roto al contacto con el viento que atraviesa su pueblo y su garganta, dormido en su poder como en una fantasía y despierto como un mero sonámbulo en medio del maravilloso y terrible espectáculo de sus días, la potencia de la que es sin duda hijo y de la que quiso ser un padre como el que él tuvo, otro fantástico dominador del universo que sin embargo dejó profunda huella en la personalidad del crío, este anciano que por dentro es un niño y creyó ser dios de su existencia, confundió su saber limitado y prodigioso con su deseo de poder frenético y absoluto -al que llamó constancia, ley que no varía- y ni siquiera percibió el polvo errante y ceniciento que esta vez no pudo desafiar y era suyo, tan suyo como el cielo, ceniza a la ceniza y aire al aire. A la medida de todas las cosas le falta la medida, el mundo desmesurado y peligroso, extraño como si no más fuera el efecto de una ficción que no tuviera que ver con nada, ni con su carne ni mucho menos con su técnica, y él viviera aparte, dentro de su propia concha metálica y hermética, ajeno a una tierra que ruge y le pone cara de bobo: ya estaba muerto el rey y él sin enterarse, lo más gracioso fue la cara de rey que tuvo en vida. Murió de estupefacción, lo mató el humo.

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