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Todo lo que no debe justificarse no debe entenderse

El delito ya no tiene explicación, porque tan sólo vemos el final de la película: ¿qué ha ocurrido? La muerte: no es poca cosa desde luego, pero ha llegado aquí como caída del cielo o, mejor dicho, como surgida de las profundidades de la tierra. Alguien debe de creer que todo lo que puede entenderse puede justificarse, de modo que todo lo que no debe justificarse no debe entenderse (debe ser irracional, o natural, o estructural, o dado): estamos una vez más ante las condenas ciegas (y las salvaciones cegadoras). Porque el inexplicado delito tiene su comprensión en la fe en la existencia de la naturaleza humana o, también mejor, de la invariable condición masculina: no hay que pensar, hay que creer. El hombre es machista: esta sola declaración puede encender la chispa que prenda la guerra, pero no es la guerra: es el macho, el hombre, que es el que es y tiene al menos la culpa de no combatir contra su naturaleza, de no combatirse a sí mismo hasta la victoria. Victoria o muerte, el resultado es idéntico: el hombre ha de matarse a sí mismo. No hay por qué explicarse nada (este deseo ya es sospechoso: ¿acaso no hay quien cree que el conocimiento nos salva?), basta con creérselo todo, y sin distinguir nada: por ejemplo, la existencia de hombres (y mujeres) que solucionan sus problemas (los conflictos que las relaciones provocan) eliminando la causa que según dicen los genera (los problemas... y las soluciones: el amor y el odio, la atracción y el rechazo, la felicidad y la desgracia, el honor y la ignominia, el orgullo y la vergüenza y, en definitiva, la vida y la muerte cuyo origen es siempre el mismo, es decir, el otro). Pero hay caras de criminales (porque el que el hombre sea un machista no es más que un ejemplo de un fenómeno más grave y amplio: el del prejuicio al que desmiente la experiencia, el de la doctrina -en contra de la realidad- que suplanta al pensamiento).

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