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JMG

La libertad de expresión es un derecho que tienen en ejercicio los políticos, los periodistas, los médicos, los artistas, los profesores, los sacerdotes, los policías e incluso los soldados (quienes les premien o les castiguen serán los jefes para los que trabajan), pero no lo tienen los guerreros, es decir, los críticos, es decir, los agresivos: en otras palabras, los hombres de la verdad (de la que algunos incluso osan juzgar acertada o errada) han de morderse la lengua o, en caso de que no lo hagan, les han de cerrar la boca. Los primeros, que a causa del mordisco son hombres de media lengua, son los políticos, los periodistas (quizá por esta afilada medida hablan con tal carga de insultos, descalificaciones, improperios y hasta mentiras y calumnias: y es que debe de doler mucho)..., mientras los otros, que son hombres de lengua entera y muerden, son los guerreros que hay en cualquier campo de la actividad, incluso de la política, la periodística... La verdad no es revolucionaria, entre otras razones porque la revolución no ha producido más que mentiras, pero es crítica y agresiva, independiente y libre: de modo que donde no hay verdad no hay crítica, y donde no hay crítica no hay libertad. Lo que no hay es hombres y mujeres libres, y no los hay porque están censurados: la censura es mucho más de lo que parece, la censura es al mismo tiempo la acusación, el castigo y la condena. Acusa al libre (al agresivo, al veraz) de faltar con su boca, le castiga sin voz y le condena al silencio (una muerte civil que la democracia ya no devuelve a la vida): ya ha aparecido de nuevo el malo, y todos (incluso entre los suyos) cargan contra él, luego son buenos. Es decir, la 1 contra JMG (pero no sólo): los tipos correctos que saben lo que decir y lo que callar contra los mal hablados. Una democracia bucólica y pastoril en la que, como en la dictadura del mismo pelo, la censura es sumamente creativa, la represión definitivamente productiva. 

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