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A mano izquierda

¿Vamos a comer, vamos a beber, vamos a copular? ¿Nos juntamos, nos casamos, disimulamos? ¿Concebimos o nos preservamos? Un pacto es un pacto, basta ya de conquistas y seducciones: ¿quién las conoce de verdad, al fin y al cabo? ¿Cuál es sincera, es decir, nuestra? No a los amoríos, que nos engañan, nos utilizan y nos abandonan --solamente un inconsciente podría traicionar este acuerdo, alguien que en el fondo todavía quisiese volver a las andadas de los desengaños, las desilusiones y los desencantos. Podemos hablarlo todo, tratarlo, negociarlo: ya no hay zonas prohibidas para la verdad, no hay nada que ocultar en las sombras, las vergüenzas las llevamos al aire, somos por fin honestos y leales. Ahí está la demanda y ahí la oferta: lo que nos falta y lo que nos sobra, lo que apetecemos y lo que cedemos, lo que cogemos y lo que soltamos. El matrimonio puede servirnos, también la pareja: pero es inútil mentirnos. No creemos en los señores que nos cautivan, no queremos a los esclavos en que nos convierten: somos libres, humanos y sensatos. Otro mundo no existe. Hay que adaptarse al que hay sin caer en los sueños que terminan en pesadillas. Descansen en paz Mauricio y Clotilde, según entras a Barcelona a mano izquierda, junto a la tumba en la que reposan los restos de la Porritos --que sin embargo han servido para la resurrección de los muertos y la vuelta de una novela que ya no hace reír a nadie. La realidad ha regresado de nuevo, y sin embargo quizá cualquiera de los poderosos tenga razón sobre este punto: pues la imagen que devuelve el espejo situado en el camino es la del más desolador vacío.

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