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De las llamadas luchas y otros llamados

¿Por qué estas matanzas, estas llamadas luchas en nombre de lo que sea que matan a puñados hombres, mujeres y niños como si fueran los chinches que ocuparan el lugar de los jefes y soldados del denominado otro bando, chinches llamados con todas las letras a los que no es tan fácil matar? ¿Acaso no habrá en el fondo de estos luchadores a muerte, mejor dicho matones que no luchan cara a cara contra los que llaman sus iguales sino que matan por la espalda a los semejantes a los que no dicen de los suyos, un impulso frenético y rabioso por derrotar al mejor al que acusan precisamente de convertirlos en los derrotados que según dicen luchan y que según callan matan? Ahí hallaríamos la razón de todo, del comienzo y del sinfín de la lucha mejor llamada matanza: la lucha del derrotado que lucha por derrotarlo todo, pues es como según sus palabras el mejor le ha hecho. La culpa, pues, la tiene la víctima, es decir, el que va a morir o el que ya ha muerto, pero de algún modo sobrevive siempre, de tal manera que la matanza no cesa, la llamada lucha continúa, pues siempre queda vivo alguien incluso y sobre todo en el lenguaje: como no podía ser de otra manera, el mejor, que al parecer y aunque nadie lo diría es inmortal, además de -paradoja de las paradojas- creador de sus matadores. Asesinos de un dios como una broma pesada, unidos en el callado odio sin lucha pero a muerte contra el otro, porque curiosamente el que con grandísimo esfuerzo contra sí mismos llamarían el mejor es sin ninguna duda el otro, ya que ninguno difiere de sus personas mejor que él: ¿o es que la que mejor difiere, quizá la única, no es la diferencia? El mejor también hace él el que mejor estas cosas --en cambio los matones son según desprenden sus propios dichos los restos del que dicen como un dios, los residuos de una época absolutamente distinta a la nuestra. Pero la obligación de los mejores o, simplemente, de los otros es también para con sus más opuestos e indecibles diferentes: no consentirles ni una muerte, ni una matanza, ni una derrota más. Ahora bien, ¿cómo reciclar estos deshechos, estos mudos productores de cadáveres? ¿Ya estarían dispuestos a dejar de matar según un viejo dicho que diciendo esta vez lo mismo daría la vuelta al decir: sus mujeres y sus niños primero, los amos del mundo después? Lo que dice que Dios ha muerto en todo el mundo es que también lo han de hacer sus criaturas, que aún han de llorar más y... mejor. Los silenciosos despojos generadores de una montaña de muertos que quitan la palabra de la boca han de transformarse en escasos pero nuevos y aprovechables nutrientes para el triunfo de la conservación de la vida.

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