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De acongojamiento

Occidente ha caído, ha muerto de miedo: el occidental todavía no lo sabe, porque está defendiéndose y siente miedo --este sentimiento le hace creerse vivo y con futuro, pues aún tiene fe en su defensa: ¿cómo no podría tener éxito él si es bueno, es decir, está sometiéndose a todo cuanto le mandan (las señales que le envían son varias: unas rojas y otras blancas, y todas las capta a la primera, pues todas emiten el mismo mensaje: estás muerto, cuando yo quiera estás muerto)? Por este motivo parece decidido y resuelto, la sumisión piensa él que le reporta protección y seguridad y, en cualquier caso, tiempo: lo que en realidad hace es matarle en vida, estropear su salud, adelantar su hora, y, sobre todo, proporcionarle una vida de pena, mala y, afortunadamente para todos, corta. ¡Para qué someterse y entregarse a la mentira, la ruindad y, finalmente, la nada! Pues es lo que hace este inconsciente que está acongojado y que no desea más que sobrevivir sea como sea: él, el muerto, muerto de acongojamiento, que necesita tiempo para vivir, comer con los amigos, disfrutar del amor, acudir al teatro, gozar de su nueva posición y su bienestar reciente (debido quizá a su capacidad de sometimiento). Pero ¿tiene tiempo? Ha comprado lo que ha comprado, en efecto, pero ha pagado un determinado precio por la mercancia: el valor ha sido su moneda de cambio. Realizará, pues, todas sus funciones vitales bajo el enfermizo y mortal miedo, y lo disimulará bajo el redondo convencimiento, la plena confianza en sí mismo, es decir, en nada: ha de hacerse valer a sí, pero ¿él qué vale --él como argumento? Es un muerto virtual al que lo peor que le espera es llevar la vida que lleva y todavía le aguarda: un sin vivir opuesto al pensamiento crítico y polémico y, en definitiva, al pensamiento. Más falsedad, más vileza,  más esclavitud para no morir ahora sino luego --silencio, silencio. 

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