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Demasiados individuos

En la democracia liberal no es un problema la falta de control del individuo por el Estado, pues es precisamente el individuo el que ha de ejercer su propio control: el control les corresponde a todos y cada uno --y hay que convivir con el descontrol, no es deseable eliminarlo pues su eliminación supondría a la vez la eliminación del autocontrol, que a veces adopta el aspecto de un cierto descontrol: en cualquier caso el individuo controla el Estado. ¿Resistirá, pues, la democracia liberal el tránsito hacia formas de la democracia nacional y de la social?  En estas democracias el problema es la falta de control del Estado sobre el individuo, quizá por el peligro que corre el Estado de ser controlado por cierto individualismo, es decir, por el individuo no nacionalista y no socialista: la liberal es una democracia en la que, en términos generales, el individuo hace y dice lo que quiere, lo que le apetece, lo que le da la gana: una actitud que para las democracias nacionales y sociales resulta poco admisible, pues en sus respectivos ámbitos -que pueden coincidir, y de hecho coinciden, en el asalto al liberalismo y en el eventual reparto del botín gracias al cual sobreviven y aún son lo que son: irreprochables democracias liberales de tinte nacional y social- la libertad individual ha de hallarse controlada por el Estado por el bien de la nación y de la sociedad, valores supremos que hay que incardinar en el individuo desarraigando de él el egoísmo hasta engendrar en su lugar un individuo nacional y social capaz de controlarse a sí mismo, es decir, de no hacer ni decir en cada momento lo que le plazca pues sepa y reconozca en cada ocasión lo que debe y no debe hacer y decir, pensar y sentir, querer y rechazar. Rechazar el individualismo, querer el nacionalismo y el socialismo: ser altruista y desinteresado --quizá darlo todo por nada. Sin embargo, la gente cada vez es más descontrolada, es decir, toma cada vez más las decisiones por sí misma y yerra y acierta como cualquiera, como el Estado, pero entiende que lo acertado es que uno decida por uno y lo equivocado que otro decida por él: no regresar a un estadio en el que el uno decidía por todos, sino desarrollar el movimiento por el cual todos y cada uno deciden por sí. La libertad sin adjetivos quizá consiste en mantener sin tocar unos espacios vírgenes y sagrados que unos curas de sotana profanaron y otros de paisano no dejan sin profanar. En cualquier caso el individuo ha de hacerse, no es una cosa dada como de una vez por todas y para siempre: pero ¿ha de hacerse por sí mismo en relación con los demás, al lado del Estado y las instituciones, o lo han de hacer desde fuera y arriba, sin los demás, poniéndolo al servicio del uno y sus representaciones políticas y sociales? Al individuo liberal nos lo encontramos como hecho, pero no es el prototipo del individuo -el individuo en sí no existe- aunque conserve quiza mejor que los individuos nacional y social los rasgos de la libertad --pero, en este proceso de mutación del hombre y del Estado,  sin duda habrá otros individuos distintos que el burgués, el aristócrata, el proletario, el desclasado, el incontrolado, el extraño... No hay nada más que hacer que inventarlos, sin esperar a que los renovados aprendices de tirano nos den de nuevo la vieja lección de siempre.

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