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El verduguismo, con perdón

El héroe progresista, el héroe feminista era un derechista: de no haberlo sido, no hay duda que seguiría siendo un héroe de la más noble causa. Un día salió en defensa de una mujer que no pidió para nada que lo defendiera -al parecer era una indigna que quizá creía valerse por sí sola-, el novio de la chica en cuya riña intervino le propinó un puñetazo que le derribó al suelo, a causa del golpe acudió a un hospital y los médicos que le atendieron no le prestaron -valga la paradoja- demasiada atención -tuvo más suerte con políticos y periodistas, siempre hay elecciones que ganar y noticias que vender-: como consecuencia de llamar demasiado la atención de uno y no hacerlo en la misma medida con los otros, el pobre hombre golpeado mientras abandonaba la escena del crimen -parece ser que el suyo- entró en coma y al cabo de un tiempo salió no sólo -por fortuna- vivito y coleando sino también héroe y estrella. La sociedad no cayó en la cuenta de que no salvó a la muchacha y, quizá por haber estado a punto de perder la vida tras el apurado intento de socorro, lo glorificó aún más: sacrificar la vida por nada, sin obtener ningún resultado, ni la neutralización del agresor ni el agradecimiento de la víctima, no es poca cosa entre nosotros. Un héroe moderno es el que lo intenta pero no lo consigue, de modo que lo podemos encumbrar sin que lo veamos tan diferente a nosotros, fracasados en todas las causas que abrazamos con el agua al cuello y, sin embargo -es la verdad-, tan arrastrados por los suelos como él mismo. El progresismo, el feminismo y el humanismo son causas perdidas cuya belleza es obvia, pero al parecer nuestro abatido héroe no comparte en absoluto nuestra manera de ser, de pensar y de querer: él no desea perder -es de derechas-, sino que el otro, el culpable, pague por todo lo que ha hecho, que -además del sufrimiento pasado- es sobre todo la ofensa recibida, la humillación sufrida, la conciencia dolida y la honra mancillada: y que no vuelven. Él prefiere el ajuste de cuentas y nosotros quizá tampoco esta vez combatamos hasta sus últimas consecuencias el revanchismo y, llamémoslo de este modo, el verduguismo campante. No es fácil, desde luego, cuando en nuestras filas hay tantas víctimas y, lo que es infinitamente peor, tantos resentidos a los que resulta imposible olvidarse de recordar al otro, sea quien sea, lo malo que es -lo responsable de nuestros males y desgracias- y que a veces podemos sin embargo castigarle. Porque, si no lo hacemos, si no lo queremos hacer, qué asco, qué rabia y qué vergüenza de ser humano, ¿verdad?

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