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La política no es necesaria

La nueva humanidad ha triunfado, siempre hay medios para hacerlo --aunque pocos lo dirían: porque ¿quién pagó el rescate? Todo el mundo lo tiene delante de sus narices, pero es como si nadie lo viera: hace falta valor, en cualquier caso. Pero, dentro de lo que cabe por supuesto, todos están contentos y satisfechos: el bien tiene extraños caminos, caminos que justifican el que haya que tomarlos de noche. No siempre el sol es el mejor revelador de los secretos, a veces lo es en cambio la luna. Para salvar la libertad y la vida hay que tratar con quienes las amenazan: los piratas no acaban de nacer hace un instante y, una vez que actúan, sobreviven siempre o casi siempre, pues la buena voluntad les alimenta de continuo --es decir, la sumisión al miedo, el temor a la pérdida. Es demasiado precioso lo que tienen entre manos, lo que agarran por el cuello, aquello con lo que juegan: los rehenes. ¿Quién arriesgaría este tesoro? La muerte es un escándalo, mayor si cabe que la esclavitud, y el camino es la negociación con el mal que la utiliza como arma, no hay duda. Pero el fin es bueno, aunque el medio es un secreto que corre de boca en boca, un mal camino en la noche que conduce a un día feliz para todos: piratas, marineros, políticos, armadores, periodistas, ministros, incluso el presidente y tal vez el rey. El sol de la nueva humanidad y la luna de la vieja. La nueva humanidad, guiada por los mejores deseos, no aguanta un conflicto: aún más, un conflicto provocaría el caos y la revolución, o sea, la revuelta general contra los inhumanos que la gobiernan --porque siempre hay inhumanos entre nosotros, o sea, siempre hay otros enmascarados de humanos: la comunidad ha de estar en guardia. La ley que rige al Estado es el amor, no la guerra: políticamente está todo decidido. La política no es necesaria. 

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