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Una tontería trascendental

¿Qué más da que sean nuevos o viejos? Lo nuevo, lo radicalmente nuevo, es el pecado --y de una novedad insólita y, podríamos decir, casi revolucionaria y, en consecuencia, un tanto caduca: el pecado, incluso en el ateísmo o agnosticismo del universo cristiano, es la significación y la trascendencia que han prendido en el mundo como su propiedad más natural y característica. Nada es lo que es, desde que es significativo y trascendente: no ya el sexo, sino incluso el olvido, que a partir de este enrevesado momento vemos como una desmemoria sospechosa y, seguramente, una falta. En este sentido el sexo ha corrido peor o, en cualquier caso, distinta suerte: él es el dios que lo explica casi todo según una ciencia mágica o una magia pretendidamente científica que debe de obedecer, sin duda, a esta nueva profundidad abierta al mundo y que trae también consigo su luz, su sabiduría y su conocimiento: todos ellos profundos y enigmáticos o, por lo menos, curiosos y que cuentan con sus grandes maestros, sus aplicados discípulos y su clientela más o menos numerosa. Pero, en fin, las tonterías trascendentales es lo que tienen: no son en absoluto ajenas a las preocupaciones de ciertas personas por su historia, que es anecdótica, su vida, que aún lo es más, y su muerte, que lo es absolutamente, pues resulta indudable que la muerte es tan impersonal como infinita y no hay personaje, por más alto que sea, en el que empiece ni en el que termine. ¿Qué significado, qué trascendencia tiene ante este hecho inaugural de una nueva e inacabable era el que los nuevos pecados remitan a una especie de ser más que la media -ricos, placenteros, gozantes-, pues deben de suponer una falta a la media justa, que es justo la media o la medianía? Para ser clientes del espíritu o la mente no es imprescindible tener la cartera muy llena

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