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Con qué cosa de la vida se crea la vida privada

¿Se debe o no se debe publicar la privacidad? ¿Con qué valores se la identifica? ¿En qué poderes se la sume? ¿En qué mundo se la quiere? ¿Se la desea exactamente en nuestro mundo? ¿Se trata de una forma de vida que se ha de mantener sellada y hermética? ¿Se trata de un sello de la identidad oculto y secreto? ¿Se la fuerza a ser precisamente un secreto que, por supuesto, se transmitiría al espacio público de oreja a oreja? ¿Se puede colonizar con la privacidad este espacio o, por el contrario, se ha de resguardar lo público del poder presuntamente negativo o al menos indiferente de lo privado como si fuera un espacio puro y virginal ocupado por cuestiones supuestamente transcendentes? ¿Por qué se ha de proteger de este modo la vida pública y qué concepción se oculta detrás de estas medidas de defensa y decoro? ¿Qué se protege en realidad con este apartamento de lo privado a una especie de repliegue sobre sí mismo? ¿Por qué se produce esta separación tan rotunda de lo público y lo privado? ¿Qué tipo de vida se tolera en lo privado que no se tolera en lo público? ¿Qué rey se conserva después de todo en el gobierno de la república? ¿Con qué cosa de la vida que no se debe publicar, quizá porque su exteriorización se halla prohibida y castigada, se ha de crear la vida privada? ¿Por qué se ha de amar y practicar el sexo a escondidas? ¿Por qué no se debe vivir privadamente en público? ¿Qué seriedad es la que se aprueba y fomenta y cuál la que se suspende y retira de la circulación general de las cosas? ¿Se puede e incluso se debe reír en privado y llorar incluso, si se lo encuentra necesario y preciso, en público? ¿Por qué se ha de respetar una república en la que se programa obligatoriamente la ficción y se critica abiertamente la irrupción de la realidad en la estúpida y falaz programación diaria? ¿Por qué unos señores no se pueden besar en plena calle? ¿Acaso se identifica a los señores, y las señoras, con los hijos de la moral de la castidad que se le presupone neciamente a la actividad pública? ¿Se ha de ser, todavía, santo en la calle y libertino en casa? ¿No se puede plantear siquiera la mera reunión de lo público y lo privado, lo político y lo afectivo, lo social y lo sexual? ¿Por qué se ha de mantener por una parte la figura pública y, por la otra, un misterio o un vacío privado esencial? ¿Por qué la vigencia del muñeco de paja en el espacio público? ¿Aún se cree acaso en lo que no se creyó nunca o, simplemente, se trata de situarse al margen, de no saber nada, de no querer saber, de no involucrarse? ¿Por qué el monopolio de lo público por los señores de la cosa pública y sus valores, intereses y problemas, en vez de la proyección e influencia política y social de la actividad de los particulares en la república? ¿Por qué lo privado para unos, si se quiere incluso para todos, y lo público para unos pocos? ¿En qué se diferencia todo este asunto de la hipocresía en que se halla tan cómoda la buena sociedad? ¿Por qué se ha de retirar la vida al ámbito de la privacidad? ¿Por qué se ha de concebir la vida como un retiro e incluso como nuestro verdadero otro mundo? ¿Qué se teme, qué se aguarda, qué se demora? ¿Qué?

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