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El grande en lo pequeño

El Padre ha muerto, la Mujer ha nacido, pero el nacimiento ha traído cola, el parto ha sido múltiple y, sin embargo, todo parecido entre las recién nacidas es pura diferencia: las chicas son guerreras, pero todavía tienen por delante la feroz batalla librada sobre todo contra sí mismas de enterrar al viejo, una cruel e ingrata victoria que no alcanzarán sin verter nuevas y más dolorosas lágrimas. El Hombre es Dios, Dios es el Hombre: en cualquier caso un desgraciado todavía levanta desde la proximidad a su tumba un terrible e interesado sentimiento de culpa en las que un día fueran sus criaturas. Aquí hay que pelear, aquí pelean todos: hombres, mujeres y niños, y no siempre según las reglas y sin propinar terribles golpes bajos. Lo mismo que nacionales y extranjeros viven unidos por la lucha y no hay quien los distinga: es una nueva raza que surge, como surge la mujer, de las nuevas condiciones de vida y de las muertes de lo que ha existido hasta el presente: las antiguas culturas, las clásicas identidades, las viejas tradiciones mantenidas a golpes. Las bandas dominan una vida de la que están ausentes casi todas las instituciones: apenas alguna organización de ayuda nacida de las propias filas de los guerrilleros de la calle monta guardia. Las chicas aman a los hombres, que son para un rato y para un poco más si son distintos, pero no necesitan que les estén diciendo sí a todo y en todo instante, aunque tampoco les obligan a que no les digan nunca no incluso sin palabras, para asegurar su sentimiento de aprecio y autoestima, pues quieren hombres auténticos y no monos amaestrados para mujeres que caminan sobre sus propios pies ligeras de equipaje: el matrimonio no destaca entre sus deseos y las parejas cambian, nacen y mueren, a veces sin tiempo incluso para destrozarse. La muerte está presente en la misma medida que lo está la vida, pero no hay más medida de una y otra que el acontecimiento: todo puede ocurrir, ya todo es posible desde la muerte del Padre que todo lo detenía y paraba y aún ha de ser enterrado para que la vida no retorne a su círculo de ley, malestar y nada. La paz no es dada, la guerra ha vuelto a las calles y no tendrá más paz que la de una vida libre diferente. La libertad es la única autoridad que reconocen las chicas, unas mujeres que lucharán a muerte contra todos aquellos, sean quienes sean, que pretendan someterlas por la fuerza o por el engaño: vivir en plan de igualdad con los hombres es vivir entre libres o no es nada. ¿Qué más puede desear un chico? El que quiera una esclava, o un esclavo, lo mismo da que da lo mismo, ha de tener mucho cuidado contra quién lucha, pues las chicas pelean y no es fácil derrrotarlas: piense, el que quiera y si lo desea, si lo que aún puede seguir deseando para vivir de veras (pues la Vida ha aparecido de pronto como un fruto maduro para el disfrute) es, sencillamente, una escoba con sexo. O sea, el efecto de una pacificación ya imposible, pues ya no hay rey ni apenas casa: la república, en este aspecto, ha llegado ya como un desconocido, un forastero que transforma el pueblo alterando apenas su apariencia como si por una vez todo él saliera a la calle. El ser ya es otro, está ocurriendo a otro nivel, por debajo de los solemnes Muertos que ya ni siquiera significan nada: un tirano no sobrevive ni alzado sobre el pedestal de una noble estatua. Es fácil despreciar a estas chicas pero no tanto convencerlas, ni siquiera convencerse a uno mismo en el fondo, de que la verdad es el hijo del desprecio que querría a las mujeres sexo y mano de obra gratis, pues barrer y fornicar no son actividades que entren de lleno en sus planes: el Señor de sí mismo, que lo es por el peso antiguo de sus atributos, puede matar esposas y robar hijos, pero es absolutamente incapaz de construir nada que merezca la pena porque está en manos del miedo a su propia diferencia. El Hombre dice no a los niños y los homosexuales, porque es precisamente ahí donde encuentra lo que más teme: teme a la mujer que hay en él y vive a su lado, en la que confunde más infantilmente de lo que él cree ser delicado con ser blando y mostrar afecto con mostrar debilidad en este mundo que está acabándose no tanto de hombres cuanto de machos, y machas, viejos y más celosos de conservar su impotencia que de conquistar su poderío. Un Dios que no mantiene relación con nadie, pues acabó con todos y cada uno de los suyos, es el origen y el modelo al que todo o casi todo sigue aún como arrastrándose, pues no hay mejor manera de estar más cerca de la tierra que aguarda abierta al Padre que arrastrarse incluso si alguien espera todavía hallar en el agujero la fuerza precisa para levantarse de golpe, pero afortunadamente a nuestras chicas no les fascina en absoluto el poder y la soberanía del Tirano que pretende ser el dueño y amo de la existencia, les afecta pero de muy otro modo y manera muy distinta: sienten casi al mismo tiempo desprecio, asco y rechazo, pero no permiten que las domine el miedo cuya inspiración el viejo intenta ni que les atrape el amor que ellas ya saben hay que ganarse sin violencia y con arte. La libertad es una mujer que odia la esclavitud y no acepta más invitaciones a compartir el terror y la fascinación que ejerce la potencia insana y enfermiza de la Tiranía, sino muy al contrario: las mujeres recuperan la sensibilidad, que estaban a punto de perder como ya le ocurriera al resto, precisamente cuando matan en su vida y para su vida al Bruto, porque la muerte es un abono para la vida, quizás el verdadero vivero de lo que no tiene más ser que nacer, morir y multiplicarse. Las niñas, huérfanas, perdidas, no dejarán que nadie las encuentre ni apadrine de nuevo para devolverlas a una minoría de edad que nunca, ni en el peor de los sueños, fue suya, como tampoco admitirán que hay unas cosas de chicos y otras de chicas, sino las que unos hacen y otros no son capaces de hacer, igual que tipos entre los cuales unos llegan a ser quienes son y otros no llegan: por tanto, hay que esquivar los golpes del destino, saber esperar el momento, forjar el carácter, y luchar contra el enemigo, pues siempre hay un enemigo y sumisión ninguna. La vida es probablemente una injusticia que no tiene nada que ver con el merito y el esfuerzo, sino con el poder y quizás un poco con el valor: si no te dan lo que es tuyo, coges lo que no lo es, y corres. Te la juegas y corres, aunque también puedes procurar que las cosas sucedan de otra manera. Menudo invento las mujeres, dice el último hijo del Hombre: sí, pero recuerda que las chicas andan sueltas y te dicen: no eres nadie. Eres el poder en la impotencia, el grande en lo pequeño, el fuerte en lo débil, el bueno en lo malo: en otras palabras,  el uno y el todo en la nada y el cero. Estás acabado y, lo que es peor, fuiste el mismo, nadie --¿lo fuiste siempre? Despídete, responde, estás a punto de recibir tierra.

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