Blogia
http://FelipeValleZubicaray.blogia.com

Los que sirven a la causa del Señor

Los nacionalistas son buenos -humildes, altruistas, desinteresados-, pero aparecieron los revolucionarios y lo estropearon todo: cuando los revolucionarios desaparezcan, los nacionalistas parecerán lo que son y nunca dejaron de serlo. Unos seguidores de Dios que no quieren la libertad por orgullo o por vanidad -no quieren este crimen-, sino para servir a la causa del Señor, con la particularidad de que con su triunfo alumbrarán una democracia católica, apostólica y romana, es decir, una verdadera democracia superadora tanto del capitalismo como del comunismo. Porque la pregunta sigue siendo pertinente: ¿libertad para qué? La libertad no puede ser más que para Dios o para el diablo. Los nacionalistas son los hijos de Dios -un señor que existió antes- amenazados por los hijos del demonio que pretenden confundirse con sus honestas y piadosas personas, pero en realidad no desean la autodeterminación y la territorialidad más que para apartarlas para siempre del servicio al Señor. La verdadera libertad es nacionalista, porque es la libertad de los hombres de Dios; pero la libertad de los pseudonacionalistas -y protorrevolucionarios- es falsa, estratégica e instrumental, porque es la libertad de los sin Dios y, por tanto, sin nación de los hombres. ¿Cómo distinguir a unos de otros? La violencia no es nacionalista sino revolucionaria, porque la revolución es egoísta, soberbia e interesada, mientras que el nacionalismo es pacífico, modesto y blando, y gracias a él la libertad triunfará y servirá a Dios en vez de al diablo. La modernidad es diabólica -tanto como el politeísmo y el ateísmo-, pero existe aún un pueblo que conserva sus viejas tradiciones y será él el que mantenga la verdadera humanidad libre de toda esclavitud, opresión y violencia -tantas veces enmascaradas en las leyes-: ante Dios humillado, bajo el árbol de la ciencia del bien y del mal, el nacionalista jura que rendirá la territorialidad y la autodeterminación a la causa de su Señor que está en los cielos, el cual le ama porque sabe arrodillarse y rezar --la única sumisión que pueden desear los hombres, el único temor que pueden tolerar. Los nacionalistas son sumisos y temerosos de Dios, pero insumisos y valerosos frente a Roma, que es el mundo, el demonio y la carne: el poder, la crueldad, la ambición, la impiedad, la materia. Los nacionalistas son unos cristianos que odian a los romanos pero prefieren convertirlos -es decir, corromperlos- en vez de eliminarlos, ya que sus auténticos asesinos no son nacionalistas sino revolucionarios disfrazados de nacionalistas que los detestan tanto como -aunque por otras razones- detestan a los cristianos: pero el ojo por ojo no es cristiano, cristiana no es más que la otra mejilla. Pero, en el fondo, los nacionalistas en sí no son nada, insignificancia que han comprendido perfectamente los que toman sus banderas -pero no su mansedumbre y religiosidad-: los nacionalistas valen porque sirven, y sirven a la conservación del reino del Señor. Los otros nacionalistas son falsos y, en este sentido, no son nacionalistas, porque revolucionan y quieren destrozar el reino: son los revolucionarios frente a los conservadores en una lucha que en absoluto es nueva, pero librada dentro de la patria como si el mismo enemigo la hubiera introducido en esta santa tierra. La autodeterminación y la territorialidad no son inocentes: tienen un fin que alcanzar, un servicio que prestar y un programa que cumplir: o con Dios o con el diablo. Tal es la consistencia -como de otra época y de otro mundo- de la libertad en manos del nacionalismo, pero también es cómo subsisten de algún modo aquí las rancias concepciones periclitadas de la teleología, de los propósitos divinos ocultos en la naturaleza.      

0 comentarios