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La guerra que es política y la política que es guerra

Llamamos guerra subjetiva a la que protagoniza uno contra un enemigo que no está en plan bélico sino en plan político, pero no importa: uno está en guerra y hasta este principio político ha de imponer a los demás. O sea, la guerra política, la violencia política, van unidas y son la misma cosa: la identificación de una y otra, su no distinción, no sólo prescinde de cuál es la primera y cuál la segunda y quién subordina a quién, sino que avisa de cómo entenderá y cuál será su política en caso de victoria, porque en otro caso ya está muy claro. El plan político de estos guerreros de la subjetividad es el plan bélico: o eres de los míos o eres mi enemigo, o estás en mi bando o estás en el bando contrario. Dirás que soy belicista, pero tan belicista eres tú: la única diferencia entre nosotros es la que marca el hallarnos en trincheras distintas enfrentadas por la guerra que es política, como la política es guerra. Tanto tú yo como sabemos -dejemos en paz al pueblo- que, si estás en plan político, en realidad estás en plan bélico y no hay que relajarse en ningún momento: la guardia hay que mantenerla siempre en alto. Es como uno vive: oculto, vigilante, tenso, y es como ha de aprender a vivir el otro. Éste es quizá el efecto más definitivo de la guerra subjetiva: nadie puede vivir en paz, con tranquilidad y seguridad. Puede simularlo, pero sabiendo en el fondo que en cualquier momento puede saltar por los aires si no adopta las medidas de protección suficientes, es decir, las medidas bélicas -escudos, mallas, corazas: el viejo traje reactualizado-, pues no hay un instante de respiro, que en todo caso sería de tregua. ¿Podría el enemigo librarse al fin de la muerte? Podría decidir que, si viviendo en paz es atacado, declarándose en guerra el que atacase sería él: pero con esta determinación no habría demostrado sino que uno tenía razón, el político es militar y el militar es político. ¿O bien no le queda más alternativa que, debidamente protegido, casi encerrado, aguantar los ataques y este tipo de vida, este sinvivir diario y continuo? La guerra subjetiva es radicalmente desigual: uno está en un plan y otro en otro y no hay manera de coincidir en nada, pero en realidad el que está potencialmente muerto es el otro, mientras que uno está casi con toda seguridad demasiado vivo --y quizás al menos por una vez la desigualdad no sea peor que la igualdad. Porque en cualquier caso, sin vencer, el supuesto guerrero ya ha vencido, pues encuentra el éxito que nadie le puede negar no en alcanzar la victoria y el fin de la guerra, sino en sembrar el miedo, la muerte y, siempre y en cualquier caso, la guerra: si no hay paz para uno, no hay paz para nadie. Entiéndase, desde luego: esta guerra no es más que la negación de la paz, la libertad y la seguridad. Es decir, la militarización de la vida. 

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