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Los aburridos saben cómo divertirse

Dicen que la maldad es un placer, pregúntese a los aburridos: los pobres saben cómo divertirse metiéndose con los demás, picándoles, molestándoles, insultándoles, haciendo que pierdan el humor, la salud e incluso, llegado el caso, la vida, por no hablar de la propia memoria. La bondad debería considerar esta actualísima y cada vez más extendida manera de gozar, sobre todo porque no siempre es posible mantener a los aburridos a la distancia adecuada y suficiente: añaden a su estupefaciente aburrimiento las inseparables pesadez y obstinación en el empeño. Qué le vamos a hacer, a veces el placer es tal y como nos decián un vicio irremediable y la bondad, si no le permitimos disfrutar de la capacidad de dar un par de puntapiés en el trasero a ciertos tipos, una estéril virtud que tendrá ganado el cielo, pero no la tierra, y por la vía rápida: de aguantar los incordios a soportar la enfermedad, y de soportar la enfermedad a conocer la muerte sin saber ni cómo ni por qué. Los buenos han venido a este mundo a sufrir las pequeñas acometidas a veces infecciosas de las domésticas moscas y moscones que siempre encuentran cerca, pero es parte de su destino: los buenos también lloran. ¿Qué creían, que todo iba a ser reír, cantar y saltar? Los vividores no tienen quien les defienda, de modo que no tienen más remedio que fastidiarse si desean ser amados o incluso tolerados: unos cuantos picotazos son muy poco precio para tanta solución. Quizá la bondad es una alegría que corre el peligro de echarse a perder porque la pobre ha de ser tan especialmente buena que no ha de defenderse de los celosos ataques de sus enemigos, pero la maldad es un sufrimiento que quizá desapareciese un día si no estuviera tan obesionado con dañar y perjudicar a los demás: sin embargo, aunque no lo crea, tampoco la maldad está libre de la estupidez, y con la frecuencia que la caracteriza pasa de ser un enfermo a convertirse en un soldado de la enfermedad que ya ha hallado su lugar en el juego de poder del mundo. ¿Quién podría afirmar ahora que los buenos no son tontos y los malos listos? En otras palabras, ¿quién quedará con vida entre tanto asesino y suicida? El futuro quizá surja donde aparezca la fuerza.

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