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¿Una fórmula para la revolución?

La revolución quizá tiene una fórmula poco conocida y menos empleada: es quizá no al dinero rey, sino sí al pan y al libro. Sin duda de rey ni el comandante, republicano hasta el profesor, pero de comandante ni el guerrillero más combativo, y todo guerrillero bailarín y cantante en la revolución sin uniformes, de color. Desde luego que no al papá Estado y no al ciudadano bebé, con una administración de los bienes y servicios, una producción y distribución por sí, sin estructuras fijas y estables pero con funciones temporales, rotativas y variables, en un modo en que cada uno es dueño de su actividad y todos beneficiarios de la actividad de cada uno: por ejemplo, el músico, el maestro, el cineasta, sin la originalidad del autor sino con la singularidad de la obra de tantos, dos, cuatro, diez manos. Sin política pero con ciudad, por tanto sin órganos y sin aparatos, sino con máquinas que liberan de sus cortes y paquetes la actividad. Tal vez no a la profesión de las armas, sí en cambio a las guerras de la vocación, con desmilitarización del estado y desestatalización del pueblo: no a la militarización de las armas, no a la estatalización de las letras. Con presencia de todos y sin representación de unos por otros, pues uno no representa ni a uno mismo, sino que actúa y expresa un modo de ser junto a los demás que actúan y expresan cada cual el suyo: punto de encuentro, lugar de coincidencia, zona de puesta de todas las diferencias en acción. Y nadie uno, sino todos varios, de modo que restarle uno solo al múltiple es menoscabarlo sin fin --el futuro de Cuba, como el futuro de todos, es la revolución o Cuba: todo lo que no sea Cuba será revolución y todo lo que no sea revolución será Cuba. Ciertos norteamericanos y cubanos son idénticos, como ciertos chinos y norteamericanos: les une el enemigo común que han hallado siempre en la revolución.  

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