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¿Cambio de valores?

Se ve que algunos no saben todavía lo que dicen: ¿quiénes? Sin ningún género de duda los habladores, que no se enteran de que los mismos argumentos que utilizan en contra sirven para afirmar rotundamente lo que niegan: ¿qué hay de extraño en que se amen la tonadillera libre y el alcalde preso? ¿Acaso no son dos flamencos que se han querido por encima de todas las cosas? ¿No es propio de los que se muestran tan farrucos ciscarse en toda clase de reproches y censuras? ¿No está en nuestro folclor, entre nuestras tradiciones y costumbres, el personaje que se pone el mundo por montera, al que le da lo mismo lo que digan unos u otros? Porque es quizás esta indiferencia al medio, esta fuerza en uno mismo, la clave en la que se pueda hallar la explicación de lo que pasa: ¿quién no ha criticado alguna vez el egoísmo puro y duro que hay detrás de las palabras hermosas y los bellos conceptos en los que se manifiesta nuestra hipocresía? ¿Qué habrían hecho al fin y al cabo la coplera y el reo sino enfrentarse a este fenómeno y desvelar de una vez por todas la farsa de la cual se habrían por fin liberado? ¿No es lo que aún se estarán diciendo el uno al otro: somos auténticos y sinceros y, además, nuestro amor es de verdad, no es una broma, pues ha superado todas las mentiras sin las cuales el amor de los demás ni siquiera crece? El nuestro, se dirán tal vez, ha roto todas las barreras: ¿acaso no se nos critica por haberlo hecho? La justicia, la verdad, la libertad, la dignidad, la honradez no son nada, no sólo para unos pocos sino para todos, frente a los firmes y profundos valores que, cuando puede, sigue y persigue el pueblo: la satisfacción, el amor, el placer, el sexo, la gratificación, el goce, la vida, el poder. Es la lucha entre la verdad y la vida, que casi se podría decir entre la muerte y el poder, a la que asistimos a diario y de continuo: ¿y quién milita en el bando de una muerte que no se entiende tan simbólicamente como pudiera parecer? Solamente hay una pregunta en pie en todo caso: ¿es la prisión el mejor lugar para que se produzca un cambio de valores? Del cambio depende que perdure o perezca este amor del que se tienen infundadamente tantas dudas: cambio del valor del sexo al de la verdad, desde el del poder hasta el de la muerte, pues hay sin duda una muerte de por medio, una transformación en toda regla, una realineación de la existencia entera con todas sus consecuencias y efectos. ¿Dejarán de ser quienes son, que siendo distintos son sin embargo de una misma estirpe, la artista y el político que ya no se ven más que a ambos lados de las rejas, aquellas rejas de las ventanas del sur que separan a los enamorados a un lado y otro de la casa y de la calle? ¿Puede existir un amor más fuerte y verdadero, bien para la una o bien para el otro, que el que se pone a prueba en esta separación a la fuerza que el amor sufre a manos de la justicia? Pero no se trata únicamente de la pareja, pues todo el país participa ya de una experiencia en la que el interés no siempre coincide con la verdad, ni siquiera con la palabra: y el interés es la satisfacción, el amor, el sexo, incluso la vida tomada y valorada desde este único y absoluto punto de vista. Isabel y Julián son como todos: buena gente del pueblo que en ocasiones se siente sobrepasada por los acontecimientos. Pero aman la vida, la suya y la de los demás, y además se aman a sí mismos por encima de todo: ¿tú me quieres, gitana? ¡Yo te quiero, ladrón! Todo los hurtos y los encatamientos se iniciaron con el hechizo de un corazón y el robo de otro: una historia que fue, y es, de amor, de sexo, de placer, en la que la verdad como valor que arrolla a todos los demás nunca jugó un papel muy destacado. Fue más bien, y sin duda lo será en la nación durante mucho más tiempo, el primer valor que se arrojó al cubo de la basura del bienestar y del progreso: el sexo que decimos, al que no le afecta lo más mínimo la soledad o la reclusión, es el sinónimo universal aunque poco entendido del poder e incluso de la vida, que no siempre se mantienen inseparablemente unidos al deseo de veracidad y honestidad. La cuestión sería ahora cambiar el cambio que ya se produjo antes: reunir a los amantes en torno a la justicia y la verdad. Reunir a los poderosos en un interés que ya no diferiese sino de la mentira y el silencio que se han elevado sobre el país y sobre los paisanos. ¿Cuál es, pues, la leyenda: la del amor que quizá no se cree o la de la verdad que se proclama a pies juntillas?

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