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Ya no habrá dos días idénticos

Atrapado en el tiempo, parece que a causa de la repetición todo va a ser siempre lo mismo -el mismo día, la misma noticia, la misma marmota, los mismos vecinos y, sobre todo, el mismo aparentemente condenado-, pero tan sólo lo parece, porque es gracias a la repetición que todo va a cambiar, todo puede cambiar, y, sobre todo, todo debe cambiar: porque uno no puede hacer trampa, la trampa que consiste en servirse de la repetición para no cambiar sino para ser una vez más el mismo -el mismo tipo aprovechado de siempre-, sino que uno ha de actuar primeramente sobre él mismo, de tal manera que el primero que llegue a ser diferente sea él, como ya es diferente incluso el hecho de que todos los días sean el mismo -y todas las noticias, y las marmotas, y los vecinos, y, sobre todo, el muy condenado-: en definitiva, gracias a la repetición que, afectando a uno afecta a todos, variando, pues, a unos y otros, todo difiere. Ya no habrá dos días idénticos, el mismo día de siempre ha mudado. Qué paradoja: la víctima de la repetición ha de ser su primer y mejor agente: ahora hace trampa, luego quiere morir -porque la trampa no funciona, una vez más no puede conseguir lo que quiere si antes no puede querer ser distinto a como es-, y solamente cuando comprende el verdadero juego que le ofrece la repetición -el arte, la vida- es capaz de alcanzar la diferencia: una revelación honda y serena. Gilles, Bill y Andy pueden estar tranquilos, mientras los demás nos repitamos, y podamos hacerlo, sin capricho.

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