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¿El conflicto o nada?

El conflicto se produce por el rechazo, pero a veces el rechazo no se origina entre unos desconocidos que se chocan con igual o parecida fuerza con la que se encuentran --porque se encuentran en el terreno común a ambos de la prevención y el temor y el recelo al desconocido, portador de todas las señales emitidas por las alteraciones, los cambios y las modificaciones que se han desterrado con gran esfuerzo del lugar en que se vive en la seguridad de la casa, la familia y el pueblo: una pequeña identidad doméstica y cerrada que se ha ido construyendo con el tiempo sobre la abolición de todo aquello en lo que se difiere y por lo que no es es siempre el mismo: idéntico familiar, similar vecino. A veces el conflicto se suscita entre el padre y el hijo, el esposo y la esposa, el amigo y el amigo, como si nadie se salvase de la enajenación o la extrañeza en que se hubiera metido de pronto la vida: el conflicto se produce por el rechazo, pero este rechazo que se introduce en el mismo centro del territorio se origina también entre unos desconocidos que se amenazan con su sola presencia con provocar el desbaratamiento de la identidad: ¿ya se puede encontrar a alguien más desconocido que para el hijo el padre y viceversa? El conflicto se transforma en la ley y la norma, como si se estuviese condenado a pelear para salvarse de la pérdida de la que se seguiría la nada, no siempre con la muerte por delante: ¿cómo no se va a luchar contra este peligro peor incluso que el de muerte si se le arrebata a uno la única propiedad en que se reconoce y por la que se identifica: el ser, ser uno mismo, se trate de lo que se trate? El rechazo se vuelve general, universal y absoluto, y se da no sólo entre los unos y los otros sino también entre nosotros y nosotros mismos, porque esta dimensión del extravío con que se perciben los resultados de la atracción se ha superpuesto a todas: la casa, la familia y el pueblo se aparecen como zonas en las que se alza aún más insidiosa y falaz la seguridad de la vida y se levanta más acechante y tenebrosa todavía la amenaza del no ser. Se trata, en efecto, de combatir como nunca al familiar, al esposo y al amigo, como imágenes blancas de la oscuridad en que se ha visto repentinamente envuelta la existencia: a la vez que se ha producido la extensión de la guerra, se ha ocasionado también su inversión, y sobre todo el rechazo se ha vuelto positivo, como la guerra o como el conflicto. Guerra de liberación se denomina a una, como conflicto por la libertad se caracteriza al otro: el santo odio al otro se oculta otra vez en el fondo sobre el que se abomba, pero esta vez el enemigo, el extraño o el forastero contra el que antes se hacía la guerra y se declaraba el conflicto, se encuentra incluso, llegado el caso, en la misma sangre de uno. Se trata ya del último paso, del último movimiento de la totalidad del rechazo: el que se dirige contra uno mismo. Porque o el conflicto o nada, no se crea: cuando se lucha contra sí todavía se está en la misma dimensión de identidad amenazada de extinción. ¿Cómo se entiende este raro y acaso insólito fenómeno? Quizá uno se halla a punto de jugar consigo mismo como si se encontrara muy distinto a como se hallaba todos los días e incluso todas las noches: pero sin duda se habría de adentrar en el fantasmal territorio de la nada hasta atravesarlo de punta a cabo sin esbozar ni la más pequeña señal de lucha. Porque se trata del conflicto o la nada, pero también de la nada y el juego --se ha de alcanzar el punto más alto de la debilidad, de la falta de fuerza, de la imposibilidad de resistencia: si no se puede hacer nada, no se hace: nada. Ya nada se rechaza, no se busca la guerra, no se halla el conflicto, pero tampoco se siente ya ningún tipo de apego a la nada en que se debate el ser. No se puede hallar nada bueno en una casa cuyas puertas y ventanas no se abren a diario.

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