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Gran hermano: ¿el programa político de España?

Ya no es un juego, ya no es la convivencia -en sus diferencias y conflictos-: ya es la competencia, la lucha por el poder --ni siquiera la coexistencia: más bien la búsqueda de la aniquilación del otro sea como sea. Solamente que el otro es siempre el mismo: el que puede ganar en la lucha e incluso disfrutar en el juego, pero sin volverse mezquino, hipócrita y resentido como consecuencia. Golpeará, lanzará los dados, pero a su favor, por su virtud y por su fuerza: no contra la cara del otro, que también es esta vez siempre el mismo -el no otro-: el que vive del enemigo, del odio que siente hacia él, del asco que le anima y proporciona un espíritu, y para producir en él el dolor, el mal y el daño en vez de la salud, el placer y el bien que en él observa de continuo. Porque aniquilar al otro es no sólo su objetivo sino también su obsesión: no devenir uno mismo, en su máxima potencia, en su mejor expresión, sino que no devenga el otro. Devenir el máximo y el mejor, pero al vivir de la vida del enemigo y quizá morir con su muerte, queriendo ser el único y el absoluto y siendo en realidad el mínimo y el peor -y no querido-, motivo por el cual siempre ha de encontrar o en su caso crear uno --no es difícil: ahí está él, el otro, el orgulloso, el solitario, el potente, el tipo frente al cual uno cualquiera compone un grupo cerrado en contra de él, sin ningún otro tipo de vínculo de unión en su siniestra alianza que el resentimiento que les iguala y comunica a todos, mínimos y medianos. El gran hermano vigila a España, pero ¿quién vigila al gran hermano? Pues ¿hasta dónde puede llegar la lucha por la vida? ¿Los más aptos son los malos? ¿Los buenos son o deben ser unos ineptos? ¿Qué diferencia a unos de otros? La lucha por la vida es lucha por el poder -la potencia hace a la existencia-, pero si la lucha separa e incluso enfrenta el poder a la vida, ¿qué ocurre con la evolución? El poder de la negación, la muerte y la nada debe desaparecer por una simple cuestión de supervivencia de la especie, que no admite sin distinción -y sin ánimo suicida- a todos los individuos: los que no pueden poder y vivir, los que no pueden ligar el poder y la vida, la sucesión de generaciones de individuos indiferentemente distintos.

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