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El amor al trabajo o el horror al vacío

El amor al trabajo es el horror al vacío que siente quien establece el valor de las cosas por el peso: si carga según un inteligente programa de tareas con un fardo grande y pesado es un dios que acaba echándose el mundo a sus espaldas -el hombre como responsable de la existencia toda-, si no carga con nada no es nadie --un vago sobre el que ha de caer todo el peso de la ley: pues también él ha de cargar por fuerza, ha de saber lo que es el valor incluso contra su voluntad -una existencia irresponsable y sin sentido-. Pero el ocio es el vacío que deja el trabajo cuando procede a descansar, que es descargarse de unas tareas de las que el descanso también forma parte del programa -nunca como hasta ahora ha sido tan visible esta pertenenencia y supeditación del uno al otro-: he aquí un problema, la falta de peso, la carencia de valor, que siempre surge de nuevo y hay que aprestarse a solucionar antes de caer en el agujero de un modo que impida toda vuelta al trabajo --antes de que el vacío cause la depresión de quien estima el valor de las cosas por el peso, pues la depresión es precisamente este sentimiento de desvalor o no valía nunca ausente del todo. Pues ¿cuál es el valor de quien ama el trabajo en el vacío que provoca el ocio? El valor es quizás el mismo, un peso hasta cierto punto estable, si otro buen programa de tareas destinado al descanso pero similar al del trabajo aparta de él la terrible sensación de horror que duerme en su seno: el verdadero trabajo del ocio ha comenzado, su enemigo es otra vez el mismo: la libertad, la ligereza e incluso el vuelo a los que no hay que permitir ni un solo resquicio, pues por la más pequeña abertura penetra para quedarse definitivamente el vacío. Amar el trabajo es amar las rutinas, las disciplinas y las servidumbres como caídas del cielo que han de llenar también el ocio, un tiempo cuyo peligro resulta tan evidente como siempre, aunque quizá más y mejor conjurado, pues su tratamiento es por fin más específico y quizá más astuto: también él forma parte ya de la vasta economía del trabajo. Un amante del trabajo como el patrón manda no puede pasarse muchos días ocioso, la falta de peso que alcanzase no le haría volar por los aires, pero le arrastraría al fondo del pozo: un lugar tan profundo como anchas y resistentes las espaldas del amable laborioso. Y, sin embargo, está por demostrar que el asno ame la carga que acarrea sobre el lomo, es más probable que quien lo ame sea el dueño del negocio: el del trabajo y el del trabajo que constituye, para unos y para otros, el tiempo de ocio. La clave de nuestra civilización es la caída: la del animal en el hoyo o la del peso sobre el animal. Los antiguos cielo e infierno son ya nuevos: el individuo vacío y la sociedad laboral, sobre el fondo común e insoslayable de la nada.

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