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El antibotellón: la verdad del poder

El poder ni siquiera es una tristeza, es tan sólo una bobaliconería contra la diversión, que es siempre revolucionaria, es decir, pagana, griega: el poder es cristiano o no es, no sabe ser de otra manera. Religioso porque él es el más, monoteísta porque él es él solo, y cristiano porque él es el todo, no tiene otros valores que el amor al prójimo y la ayuda a los demás --la solidaridad, el desinterés, el altruismo y, en suma, la humanidad: cáritas y las organizaciones no gubernamentales, lugares de amor al sufrimiento y búsqueda de la muerte. En las condiciones presentes, pasadas y futuras del mundo -porque el mundo es como es-, ¿quién querría divertirse? ¿Acaso divertirse no es una inmoralidad? Bien sabe el poder que la diversión es peligrosa, pero tan sólo para la religión que sigue y extiende --y que le convierte en un dios: más concretamente, el de los bobos. El poder son los bobos contra todos y contra todo, pues ya hay que ser bobo para querer transportar esta carga, y decimos transportar porque siempre hay que bajarla de allí arriba en los cielos a aquí abajo en la tierra: el combate contra la ligereza, la inmoralidad, la frivolidad y la inconsciencia no termina nunca, puesto que siempre hay un bobo dispuesto a cargar de nuevo con él a sus espaldas. Naturalmente, a cambio, hay que proporcionarle mucha paja, que es en lo que consiste para él, todo para él, el poder: él, que es tan bobo que es perfectamente capaz de convertir, sin querer, la más inocente de las diversiones en una protesta --pues, en efecto, la diversión es otro modo de vivir, concebir y ejercer el poder: es la manera de que incluso él supere la religiosidad que le aboba y le transforma poco a poco cada vez más en un antitodo: el miembro de un aparato al servicio de la religión contra el mundo, unas veces entregado a la derecha y otras a la izquierda. El caso es crear siempre, disponer siempre de una inmensa nadería en la tierra que arrastre a la irrelevancia a los que viven y gozan y testimonian otras formas de existir y otras experiencias de la vida: lo que los aparatistas llaman un contramodelo, una antifigura, y no es más que la manifestación de otro poder, de otra potencia, quizá la del planeta --mientras el poder, el de sí mismo, no son sino los bobos con piel de señores, de dirigentes, incluso de sacerdotes. Ya hay una política, una religión, una moral, incluso una metafísica por fin aquí abajo en la tierra: ya hay un poder. Un poseer, dominar, capturar y ordenar no sólo al enemigo sino también al amigo, incluso al más amado, al más propio, y para hacerle depender, servir y, en cierto modo, valer: si el poder triunfa, creará un disminuido, un incapaz, un apocado cuya libertad tendrá en sus manos, y lo habrá salvado de sí mismo. Pues incluso el amigo, si puede -por ejemplo, si es joven y cuenta con un buen par de piernas y de manos-, tiende a huir y reventar todo aquello que le impide ser y actuar por sí solo, pues en absoluto es bobo: de manera que estas formas de mirar por él, por su cuerpo y por su alma, son en realidad tan tontas que le pueden volver un enemigo del poder que tan aparentemente le ama. En este caso y en este preciso instante habría que acuar como nadie desea, de una manera más tonta aún --en fin, el verdadero sentimiento que hay detrás de tanta preocupación por los otros es un amor del poder hacia sí mismo: y ya hay que ser bobo de verdad para, con todo lo que hay que amar, no ocurrírsele a uno otra cosa que amarse a uno mismo. 

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